El Lejío
Que poco nos va quedando de aquel Lejío El Lejío era grande, es tierra de todos. Como campo antiguo, vecinal, nosotros, alivio y respiro en muchos momentos. Y había hasta vereas surgidas del tiempo pasando la gente por sus recovecos, o hechas por los bichos, caballar o puerco, o de unas ovejas o chivos sueltos. Yerbas comunales y algún pasto fresco. El cerro el Lejío siempre era algo nuestro, de todas la gente del pueblo. Tenía sus encantos para sus adentros, donde compartir con la charla el sueño. Y allí unos ricos, peñascos eternos, donde hemos jugados los niños a guerras, y aquellos mas mozos en grupo, caterva, ansiaban idilios de amores con ellas, que esquivas fingían ciertas indiferencias. Del peñasco alto se veía un paisaje misterioso y mágico: Al fondo, muy lejos, pervivían los cerros oscuros de jaras, de grises de pelados montes, de barrancos viejos. Y en giro perfecto, cual dando la vuelta desde el mismo sitio hasta donde estamos, aquel horizonte próximo y lejano, asaetado con rayos luminosos, cálidos, naranjas, de rojo entrecortado. Y es que el sol ya vencido al fin del dia, hace entrega de brillos de caricias al valle parcialmente iluminado. Al valle recogido, con su pequeño pueblo de blanco salpicado, con tejados oscuros colorados. Alguien me dice con qué se paga? Esta calma, el reposo, momento aquel de vivencia apacible y tranquila, de experiencia profunda y segura. Un castillo más bien fortaleza, que siglos y siglos lo habían hecho nuestro, en lo alto del monte cercano que corona el pueblo, vigilaba impasible, cual guardia impertérrito, ajeno a las lacras de aquellas murallas sin dientes ni huecos, a aquella torreta derruidas del viento. Y era como foro de escenario inmenso que representaba la historia del pueblo, y por bambalinas otros muchos cerros. Y las chimeneas que cual mirallas de un barco escorado estiran sus cuellos hacia el firmamento, aunque esté muy lejos, aumque no haya encuentro. Modesta imitación de nuestra torre, la torre gris, plomiza, de nuestra vieja iglesia, desafiante al tiempo, esbelta, airosa, gallarda elegante y siempre apuesta. ¿Quién la tocó sin pedirle permiso? Quien vistió aquella desnudez con ropa blanca hasta no conocerla? Y aquel chorrito viejo, aquel frescor eterno, que albajar por las gradas aliviaba el aliento, mitiga el aldor al tomar de sus aguas en el cucharro viejo, que esperaba colgado para calmar la de de cualquier pasajero. Y está el chorrito nuevo, de detrás de la plaza de los toros, de barro pegajoso en sus proximidades y ya más pasajero, como aprendiz del tro, del de siempre, de ese que ya no vemos. Cuánto parlotear de las muchachas cuando venian por agua! ¡O cual momento justo para, media mañana, buscar el desahogo de la pena o el dolor que de agobio esta mujer en su casa llevaba! O de carcajada, o del chisme y la risa, o de la broma hacer!Y un poco más abajo, en zona ya limítrofe con la cueva el moro, estaba la cantera de piedra de granito, y en manos de unos hombres, picapedreros diestros, sonaba ahora la marra, cantaba ahora el cincel. Y más atrás, al fondo el muladar en el hondón de la cantera vieja, cual sepultura al viento de aquellos bichos muertos de la burra ya vieja, de la cabra en piojá, de la guarra encontrada con la peste en sus huesos, de una perra paria reventada en planceta, de aquel mulo sarnoso, de un nuevo y viejo bicho muerto. Pero aquella carroña generaba un concierto al silbar chillar de los buitres, al graznar de los cuervos. Ejercito de pájaros en alto, planeadores oscuros en el cielo esperando, que triste que la muerte de paso a su alimento. Y los niños de la plaza al Lejío nos íbamos corriendo. Para observar el vuelo primoroso, el vuelo lento, de aquellas aves grandes y el acecho desde el cielo mas próximo de los otros tan negros. Tremendo el espectáculo sobre el foro de del cerro! Esta tarde en aquel sitio se ha muerto un burro viejo.
Fuente: La voz de la memoria, de Francisco Prior Real
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